La inteligencia emocional

La inteligencia emocional es un concepto que comenzó a utilizarse a principios de los años 90. Ha sido a través de Daniel Goleman y su libro “Inteligencia Emocional” como el término ha llegado al mundo entero. Es uno de los libros traducidos a un mayor número de idiomas, consiguiendo que las personas conozcan que existe la posibilidad de manejar nuestras emociones para lograr el ansiado bienestar. Este libro ha logrado acercar la psicología a las personas, poniéndoles en su mano la posibilidad de aprender a regular y a cambiar por otras, sus reacciones emocionales. Este es un éxito que se merece el autor.

La inteligencia emocional es un tipo distinto de inteligencia. Es más, nada tiene que ver con el concepto clásico de inteligencia académica. Son dos tipos de inteligencia que utilizan caminos neuronales diferentes. Y es que existen personas con un elevado Coeficiente Intelectual, que sin embargo, no son capaces de manejarse en situaciones emocionalmente complejas y no logran establecer relaciones interpersonales satisfactorias, e incluso tampoco consigo mismos.

Veamos una definición lo más sencilla posible. La Inteligencia emocional es la capacidad para conocer nuestras emociones y regularlas para lograr el bienestar emocional. Es la habilidad para gestionar nuestro mundo emocional. Si pensamos que nuestro mundo emocional está compuesto por nosotros y por los otros, el asunto se complica. Es por esto que, para desarrollar nuestra inteligencia emocional necesitamos conocer qué sentimos nosotros, qué siente el otro y hacer consciente cómo es el manejo de nuestras relaciones. ¡Casi nada!

Todos partimos de una inteligencia emocional de base, que se ha ido estructurando en torno a la personalidad y a las experiencias vividas y observadas en nuestra infancia. Nuestra manera propia de reaccionar ante las emociones la hemos aprendido en nuestras familias y entorno social. En nuestro entorno interpersonal más cercano hemos aprendido cómo resolver situaciones emocionalmente estresantes. Y lo aprendemos por imitación, sin tener conciencia de si esa es una manera adecuada o no.

Así, replicamos determinados comportamientos y no hacemos uso de otros. Algunos de esos patrones de comportamiento nos sirven, pero otros nos llevan al excesivo sufrimiento emocional. Detrás de la forma de comportarnos está nuestra manera de pensar, las ideas que de una forma clara y consciente, o de una forma más inconsciente, han configurado nuestro esquema de valores. La inteligencia emocional trabaja sobre el pensamiento para flexibilizarlo y para elegir maneras de enfocar la realidad que hagan visibles comportamientos más sanos y respetuosos con uno mismo y con los demás.

De esta forma, las personas nos enfrentamos a las situaciones emocionalmente tensas con un bagaje de estrategias de afrontamiento personales. Pero no todas nos llevan al equilibrio emocional, a la aceptación de la situación, a la adaptación a ese entorno emocional. Las estrategias adaptativas son aquellas que nos permiten rebajar la intensidad de la emoción perturbadora. Las desadaptativas no sólo no lo logran, sino que, en la mayoría de las ocasiones, aumentan la intensidad de la emoción perturbadora e incluso la enquistan en el tiempo, trasformando la emoción en un estado de ánimo perdurable en el tiempo.

La inteligencia emocional enseña a conocer qué estrategias de afrontamiento son adaptativas para cada emoción y cuales no lo son. No vamos a dejar de sentir tristeza, pero vamos a aprender a sentir la tristeza en su forma proporcionada, sin dramatizarla. Vamos a aprender a vivir la tristeza como un paso previo a un nuevo aprendizaje y como preludio de una futura vivencia más positiva. Y es que después de la noche viene el día, y eso no hay manera de cambiarlo por más que nos pueda atraer el lado oscuro. La inteligencia emocional no es una manera neutra de experimentar la vida, no se trata de hacer desaparecer las emociones, sino de aprender a vivir con ellas y lograr obtener algún beneficio de todas ellas.

Explicábamos al principio cómo la inteligencia emocional es la capacidad de gestionar nuestras emociones y que para ello necesitamos conocerlas para poder regularlas. Bien y ¿sabemos realmente en qué consiste una emoción? Es un proceso reactivo ante una situación o acontecimiento que nos impacta. Ese proceso que se desencadena en nosotros tiene tres componentes distintos, que son necesarios conocer para poder utilizar la estrategia para cada manifestación en nosotros de la emoción.

  • El componente fisiológico lo componen los cambios que se producen en nuestro cuerpo, como aceleración del pulso cardiaco o de la tasa respiratoria, visión nublada o temblor.
  • El componente expresivo lo componen las manifestaciones externas que comunicamos a los demás, como fruncir el ceño cuando estamos enfadados, sonreír cuando estamos alegres…
  • El componente subjetivo se refiere a la evaluación que hacemos de la situación, como beneficiosa o perjudicial respecto a nuestro sistema de valores.

La inteligencia emocional implica utilizar estrategias para regular cada uno de estos componentes en los que se manifiesta la emoción. Veamos todo esto con un ejemplo del día a día:

Imaginemos una situación laboral en la que Martín le comenta a su compañero Juan, que el informe que realizó del proyecto Edith, está incompleto, desordenado, que faltan datos y no hay quién lo entienda. Juan procesa esa información de la siguiente forma (componente subjetivo): “Martín piensa que mi trabajo no es válido, podría ser porque no tenía acceso a todos los datos. Pero él no juzga solo mi trabajo, me juzga a mí, cree que yo no soy válido para hacer este trabajo (evaluación subjetiva del bienestar personal). Quería dejarme en evidencia, sé que no me soporta. Esto es un ataque a mi capacidad y a mi dignidad. Estoy dolido y ofendido y me estoy poniendo muy nervioso. Esto me va a repercutir con mi jefe, como oiga comentarios negativos sobre mi trabajo podría echarme.” Juan siente como se le acelera la respiración y el ritmo cardiaco. Siente calor y se le tensan los músculos (componente fisiológico). La expresión de la cara se vuelve amenazadora, aprieta los puños, frunce el ceño y aprieta los dientes con fuerza (componente conductual o expresivo). Juan se va del despacho con un portazo murmurando ataques verbales contra Martín (respuestas interpersonales de evitación y ataque). Todo esto constituye la emoción de enfado en Juan.

Ahora analizaremos las estrategias de afrontamiento de la situación, es decir, la inteligencia emocional puesta en práctica por Juan:

La respuesta de evitación, en la emoción de enfado en concreto, es adaptativa ya que consigue rebajar la intensidad de la emoción. Al mismo tiempo, se posterga una situación conflictiva que habrá que resolver mediante una conversación en algún momento. Pero elegir irse para volver más calmado es una alternativa emocionalmente inteligente. En cuanto a la respuesta de ataque, ya sea físico o verbal, es una estrategia desadaptativa puesto que una respuesta de ataque va a incrementar la intensidad de la emoción. El cuerpo se prepara porque va a necesitar más energía para ese ataque, la mente va a necesitar más excusas para justificar ese ataque, con lo que la emoción cada vez es mayor.

Las emociones cumplen una serie de funciones para el ser humano, son por ello necesarias y no una mera alteración sin sentido de nuestro estado de ánimo. La primera de ellas es la de adaptación al medio. Las emociones nos ponen alerta en situaciones en las que nuestro bienestar se siente implicado. Son nuestra sirena de alarma ante situaciones de supervivencia física o psicológica. Nos avisan de que algo nos puede suceder en breve y nos ponen en situación de respuesta. Las emociones, en su función social, nos ayudan a entrar en contacto con los demás, nos sirven para relacionarnos, para conectar con los demás y para saber cómo va a reaccionar el otro. No menos importante es la función motivacional, y es que si algo conlleva una emoción es el movimiento a la acción (o a la paralización de la acción en la emoción de la tristeza).

Así pues, la inteligencia emocional es ser inteligente para adaptarnos a las situaciones que nos toca vivir. Es también ser inteligente para relacionarnos eficazmente con nosotros mismos y con los demás y además ser inteligente para movilizarse a realizar acciones que se hagan a uno sentirse lleno.

No están ahí para perturbar al alma, como se pensó durante mucho tiempo. No son el enemigo de la razón. Son compañeros de trabajo. Se necesitan irremediablemente, tienen que trabajar integrados para que seamos capaces de lo que somos capaces. La inteligencia emocional consiste finalmente, en ser habilidoso para que razón y emoción colaboren juntas en el logro de nuestros objetivos personales e interpersonales. En palabras de Miguel de Unamuno: “Siente el pensamiento. Piensa el sentimiento”.

Fuente: euskonews